La
buena noticia que el mes de noviembre trae consigo es que el dictado de las
clases se afloja y vuelve menos exigente, la mala noticia es que la pila de
exámenes y trabajos para corregir se vuelve infinita. Más o menos sentencias
consolatorias de este tipo son las que rondan su cabeza; “dignas de Blaise
Pascal”, se dice casi como para demostrarse que por algo sigue siendo profesor
de Filosofía.
La
conclusión fue inevitable ni bien advirtió -mientras se desperezaba esta soleada
mañana de sábado- que la caja de cartón gris manchada de grasa, que anoche
mismo albergaba una sabrosa pizza mitad clásica muzzarella mitad pasables
anchoas, ahora se ha convertido en una suerte de dique que contiene y esconde
la catarata de desordenadas hojas de papel que no querría ni ver.
Qué
se le va a hacer, concluye resignado mientras prepara el mate y riega la
macetita que cuelga de la baranda de hierro que cierra el balcón. Y después
mira alternativamente el sol y la plaza de enfrente, como quien pide perdón. Su
corazón está seguro de que si en este instante se mirara en el espejo se
encontraría con el rostro que sirvió de modelo a la tapa del primer disco de
Almendra.
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