Hace dos días que se
escuchan las protestas y denuncias por el tratamiento que los más destacados países
europeos, siguiendo una directiva explícita o tácita del gobierno de los
Estados Unidos, le dieron al presidente de Bolivia. Los pronunciamientos han sido
de parte tanto de los primeros mandatarios de las naciones latinoamericanas
como de organismos continentales como UNASUR, etcétera.
Todos ellos, claro, por
demás justos y justificados. El mal trago que le tocó vivir a Evo Morales, por
otra parte, es revelador de hasta qué punto el imperialismo mundial no está
dispuesto a ceder un milímetro de sus planes de espionaje y control militar
planetario, cuyas dimensiones son proporcionales a la catástrofe económica que
buscan conjurar.
Ahora bien, ¿y el
valiente y acorralado Edward Snowden? ¿Por qué los encendidos alegatos de condena a la mentalidad
colonialista del siglo veintiuno en ningún caso, ni en la voz del kirchnerismo
criollo, el chavismo venezolano, el frenteamplismo uruguayo, el lulismo
brasileño, el masismo boliviano, el nacionalismo militar ecuatoriano, en ningún
caso pegan el salto lógico que en este caso llevaría del mero discurso a la
acción y el ofrecimiento de inmediato asilo político al blanco móvil Snowden? Garantizando, además -a contrapelo del condicionamiento del gobierno ruso-, que el ex empleado
de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) va a poder difundir si así lo
quiere toda la información que todavía posee, por el simple hecho de que su
difusión es una contribución invalorable para la democracia global. En el contexto de lo ocurrido con el avión presidencial de Bolivia, el silencio en torno a Snowden es por demás significativo.
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