Con
lengua neutra la españolísima secretaria de Estado de Investigación, Carmen
Vela, se preguntó públicamente qué sentido tiene una política científica tendiente
a formar “muchas” personas si después los tan capacitados serán “incapaces de ser
absorbidos por el sistema”. Es una situación dolorosa, agregó, seguramente
resultado de no haber planificado debidamente una década atrás. a los que
valoró como "una iniciativa extraordinaria", Vela aclaró que si bien
"la movilidad en ciencia es imprescindible", en el caso de que
"una persona no se puede incorporar y se tiene que ir, eso ya no es
movilidad".
A
continuación, durante el inicio de los Cursos de Verano de la Complutense, felicitó al gobierno ibérico y a ella misma
por haber reducido el número de beneficiados por las becas Ramón y Cajal de 250
a 175. Los mejores programas de investigación, concluyó sin ponerse colorada
como la bandera, son aquellos que resultan “menores en número”, aunque antes se
vio obligada a sincerarse y admitir que la lógica de su argumentación es la única posible en medio de una situación
económica “muy difícil” y a la que la ciencia, claro, no puede ser ajena.
Hace
una década atrás los argentinos y otros muchos universitarios del mundo de
habla castellana recibían abundante folletería y correos electrónicos ofertando
doctorados y maestrías varias para cursar allá en la madre patria. En ellos se
resaltaba invariablemente la excelencia de una tierra que no se cansaba de
parir científicos de primer nivel planetario. Ahora al parecer los científicos
e investigadores sobran y son
innecesarios. La moraleja indica que la educación superior tiene un
índice de obsolecencia infinitamente superior al del fútbol de España.
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