Toma la primera
medialuna de grasa de la bandeja de cartón mientras en la pantalla comienza a
proyectarse el ordenado Power point que da cuenta del esquema básico que ordena
el proyecto de la Nueva Escuela Secundaria que esta mañana de sábado deben
empezar a discutir. El rector explica que se comenzará a implementar en los
colegios porteños a partir del año que viene y que, a trazo grueso, las
modificaciones no serán muchas. Pero, bueno, tienes que discutirlas, se trata
de un plan nacional de adecuación, y las jornadas son obligatorias, así que lo mejor
será aprovecharlas.
E suceden los números,
muchos números, sobre cantidad de horas, semanales y anuales, bloques de
asignaturas básicas y otras que dependen de la orientación y el título final.
Se suman las formas didácticas de los talleres y los seminarios, y una cantidad
de prácticas que podrán hacerse fuera del aula, incluso en consonancia con
universidades e instituciones diversas.
A la altura de la
quinta lámina ya no entiende nada. Anoche debería haberse acostado más
temprano. Las letras chiquitas se vuelven borrosas. El bostezo casi le impide
ver la sexta o séptima.
Entonces, con un poco
de vergüenza, pero no mucha, agarra la tercera factura y le sacude el azúcar
antes de mandarla al buche.
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