domingo, 28 de octubre de 2012

Becas que se hacen humo


Lo primero que se le ocurrió pensar es que se volvía al pueblo de una. Es cierto que allá trabajo no hay, en realidad ni siquiera hay mucho para hacer y menos para entretenerse, pero al menos una pieza y un plato de guiso nunca le van a faltar.
Sus tíos siempre se portaron bien con él y ni siquiera levantaron un pero o fruncieron la nariz cuando les dijo que quería ir a estudiar a La Plata. En la mesa del almuerzo de un domingo explicó sus planes:  conseguirse un trabajo de medio tiempo al menos para las vacaciones, presentarse a una beca y con eso más algún ahorro redondear para el alquiler de una piecita en algún pensionado estudiantil; el almuerzo y algo para media tarde en el comedor estudiantil de precios bajos, y listo. En vez de libro se pueden comprar las fotocopias en el centro de estudiantes, y también está la biblioteca...
Hubo alguna lágrima, lo abrazaron antes de que se subiera al micro y le desearon suerte. En algunas materias resbaló, aunque de conjunto no se puede quejar. Está claro que jamás especuló con que se recibiría en cuatro años.
Ni bien se enteró de que el año que viene ya no va a tener la beca el equilibrio inestable de su espíritu reventó en onomatopeya. Chau, no va más, me rajo, se dijo, y cuando se lo comentó entristecido a sus socios de pieza, un compañero le respondió con enojo que no fuera boludo, que no es un capítulo cerrado, que uno no lee la mala noticia en el diario y al toque baja los brazos; la vida no es así,  hay que pelearla. 
El otro, más cínico, terminó de convencerlo con un  martillazo: Ni siquiera lo pensaste bien. Si esa beca de mierda te da menos que lo que yo saco repartiendo volantes…


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