Hace un cuarto de siglo
atrás las becas Erasmus eran uno de las joyas que mostraba la corona del Plan
Bologna, el programa de integración de las más grandes y mejores universidades
de una Europa integrada que abría sus alas de crecimiento hacia el siglo
veintiuno. Gracias a ella, miles de estudiantes pudieron realizar una estancia
de estudios en alguna casa de altos estudios, conocer nuevas culturas, métodos
de aprendizaje e idiomas. Se trataba de uno de las muestras más briosas de que este
mundo globalizado en el que vivimos ingresaba en un nivel civilizatorio
superior.
El Plan Bologna y las
becas Erasmus constituían, por entonces, un modelo a alcanzar por las
universidades de otros sitios del planeta, principalmente la América latina.
Ahora, se acaba de
anunciar en Bruselas que los fondos del Erasmus se han agotado y difícilmente
alcancen mínimamente su caudal anterior. Situación similar de estancamiento y
descomposición vive el Plan Bologna, que se ha convertido en sinónimo de
ajuste, achicamiento, despidos de docentes y aulas superpobladas. Como el
conjunto infinito de recortes que está sufriendo la educación en el viejo
continente, los hasta ayer nomás testimonios de civilización se transforman brutalmente
en las pruebas de la barbarie capitalista.
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