Según recuerda Pedro Echeverría en un artículo llamado “Lula, el conciliador”, Luiz Inácio Lula da Silva fue candidato presidencial en tres elecciones sin poder obtener la victoria. Quien en la actualidad se apresta a ceder triunfante el gobierno del Brasil a una presidenta del palo, hoy se ríe de aquellas derrotas con la reflexión: “Porque nosotros éramos muy radicales en ese entonces. Si hubiera ganado, con un discurso tan duro como el que tenía no habría durado ni seis meses en el poder”.
El profesor de Historia lee la anécdota entusiasmado y entre risas, como complemento de los temas que vienen viendo en clase y para que sus alumnos saquen informalmente alguna conclusión que mezcle el “natural” devenir de los hombres de jóvenes protestones en adultos conservadores, y a la vez proyecte cierta luz sobre alguna supuesta racionalidad evolutiva de la historia de la América latina del último medio siglo.
Nadie en la clase le presta mayor atención a la moraleja. En particular el muchacho con la remera que lleva estampada la cara del Che, quien ahora mira el cielo y el sol a través de la ventana, y sospecha el viento.
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