Debe haber sido la
sobredosis de los análisis políticos que ha engullido toda esta semana lo que
lo puso del peor humor. Su pretensión había sido amigarse con la prensa escrita
y conjurar una brumosa culpa que cada tanto lo invade por no estar todo lo
debidamente informado que debiera. Encima la internet pone las diversas
apuestas al alcance de la mano, y gratis. Pero con lo que se topó fue con un
alud de supuestas reflexiones de honda inspiración democrática que concluyen
con precisiones acerca de la naturaleza humana. Una simplificada escala
biológica en la cual a los jubilados que se movilizan porque quieren impedir
que le rebanen una porción a lo poco que cobran les cabe la calificación de
“violentos”.
Hablando franca y
directamente, antes lo que más lo molestaba era la carrera que se había
desatado entre los políticos del oficialismo y de la oposición para ver quién
llegaba antes a pie descalzo hasta el Vaticano para demostrar mayor devoción al
Papa Francisco y su noble causa. Ahora, de cara a la aceleración de las legislativas,
el primer lugar de su enojo lo ocupan las excesivas buenas maneras democráticas
de unos y de otros.
Así que cuando entra la
clase con la que habían estado buscando material y debatiendo las implicaciones
de la reforma previsional en curso, y varios de los estudiantes le preguntan si
vio la goma que se armó ayer entre los diputados, él contesta de inmediato que
sí. Un sí áspero, grande, de boca bien abierta y babeante y ronquera de barra
brava que arma el cuerpo para sumar insultos y trompadas.
Un Sid Vicious de ojos
rojos, armado de fibrón en mano como lanza, que es capaz de defender la
superioridad del manifiesto de los tres tonos frente a la Fenomenología del espíritu; un poseído que ha reemplazado la
pasión explicativa por un corazón arrebatado por ese sentimiento que no se
puede parar. El profesor sabe que después se va a arrepentir, pero, bueno, ya
cierra el año, quién se va a acordar.
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