Respiró hondo y comenzó a prepararse ni bien se
enteró de que a la asamblea de la mañana se había acercado el popular movilero
de uno de los canales de noticias de la televisión. Ya habían quedado en que si
pintaba la necesidad de dar una entrevista él iba a ser quien se hiciera cargo. Los argumentos
para la elección fueron sencillos: es el delegado más antiguo, el que habla
mejor y, no cabe duda, el que tiene la problemática más clara.
También está el asunto de que el resto, como en
“Los tres chiflados” cuando el general solicita voluntarios para una misión
suicida, el resto dio un par de pasos atrás y lo dejaron solo adelante.
Lo que no imaginaba es que el trámite sería
mucho más solemne, y que le iba a tocar tener que presentarse en el piso de un
estudio lleno de micrófonos y cámaras que reproducen los dichos para cientos de
miles.
Así que ahora, como el arquero que repasa la
lista de las recomendaciones para cuando le empiecen a llover los penales, con
ese temor despliega la hoja del cuaderno grande sobre la mesa. Es poco texto,
letra grande, dos o tres ideas centrales y alrededor una cantidad de flechitas
que indican los diversos ángulos para insistir sobre la fundamentación central.
Lo peor -se dice mientras repasa todos los mensajitos de texto cargados de aliento que le siguen llegando-, lo peor es que, como enseñó bien Ringo Bonavena, cuando le saquen el banquito va a quedarse solo en el medio del ring.
Lo peor -se dice mientras repasa todos los mensajitos de texto cargados de aliento que le siguen llegando-, lo peor es que, como enseñó bien Ringo Bonavena, cuando le saquen el banquito va a quedarse solo en el medio del ring.
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