El artículo curiosamente se llama “La
crisis climática es culpa del capitalismo”. Es curioso en tanto y en cuanto
aparece en las páginas de The New York Times. Lo traduce y reproduce el porteño Clarín,
por esas cosas de los derechos. Está firmado por Benjamin Fong, un experto de
la Universidad Estatal de Arizona, según se anuncia.
Allí se puede leer que el ritmo en el que
la raza humana está inyectando dióxido de carbono en la atmósfera estos días,
según los mejores cálculos, es diez veces más rápido que durante el final del
periodo Pérmico. Es decir, aquella era previa a los dinosaurios, de extinción
masiva, que dejó fuera el juego de la vida al noventa por ciento de la vida en
el océano y setenta y cinco por ciento en tierra firme.
Se suele señalar para detectar las causas
-dice el autor- el escándalo de diésel de Volkswagen, pero solo es uno de los muchos
fabricantes de autos que deliberadamente se aprovechan de las laxas pruebas de
emisiones. La culpa no es el resultado del engaño de tal o cual empresa inmoral.
Y de inmediato concluye, el verdadero
culpable de la crisis climática no es ninguna forma particular de consumo,
producción o regulación, sino más bien la manera en que se produce globalmente,
una producción orientada hacia las ganancias en vez de la sustentabilidad.
Mientras este esquema general siga vigente, la crisis seguirá y, dada su
naturaleza progresiva, empeorará. Ese es un hecho difícil de confrontar. Sin
embargo, desviar la mirada de un problema aparentemente irresoluble no hace que
deje de ser un problema. “Debemos decirlo claramente: la culpa es del
capitalismo.” Como lo enfatiza un creciente número de grupos ambientales, los
hombres debemos afrontar un cambio sistémico o morir.
De inmediato agrega “desde un punto de
vista político, algo interesante ha ocurrido aquí: el cambio climático ha hecho
que la lucha anticapitalista, por primera vez en la historia, no sea un
problema basado en las clases”. O sea que el combate de más de siglo y medio de
los socialistas se vería reemplazado por una suerte de generalizada
convocatoria moral que reúne al conjunto de la especie y disuelve las
diferencias. En fin. El especialista
parece haberse dado cuenta que abrió la bocota de más e intenta medir
sus palabras, como para que no le hagan decir lo que no quiere decir, aunque la
inercia de la lógica argumentativa ya haya hecho su trabajo.
Qué otra cosa se podría esperar del New York Times y su buena conciencia.
Qué otra cosa se podría esperar del New York Times y su buena conciencia.
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