Sin ser licenciados en márketing político y/o comunicación social que se nos permita la siguiente reflexión: ¿no advierten los estrategas gubernamentales que hace ya tiempo han depositado en el conjunto de la población la certidumbre de que no hacen otra cosa los fines de semana (y el resto de los días también) que leer minuciosamente el Clarín? Si es así, la conclusión lógica es: ¿por qué deberíamos nosotros, el resto, privarnos de hacerlo? Y los simples mortales, claro, no vamos a romper el diario, según ahora se nos recomienda, por un par de razones bien prácticas: en primer lugar porque mayormente lo leemos en pantalla, y en segundo lugar porque si gastamos unos mangos en la edición papel finalmente buscaremos algún destino útil para dar al perecedero producto, como envolver las ojotas húmedas antes de meterlas en el bolso o servir de piso de la caja de plástico para las piedritas de la gata.
Sigamos: ¿no les han enseñado a los estrategas de las propaladoras oficiales que basta mencionar escritos que "no hay que leer" para que de inmediato el universo entero se precipite a devorar su lectura? Por ejemplo nosotros no habíamos leído ni sabíamos de la existencia de los artículos de Nicolás Wiñazki y Eduardo van der Kooy publicados en el Clarín de ayer, y los estamos buscando desesperados para leer ya mismo.
En fin, en este mundo de sospechas y sospechados va uno más: ¿no será el jefe de gabinete, Jorge Capitanich, un agente encubierto de Héctor Magnetto?
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