El
diez paran todos. Hubo algún amago de queja, cierto refunfuño
malhumorado, algún pero “lo que pasa es que Moyano es
impresentable”, otro “y de Barrionuevo, qué me decís”. Nada
que agregar, todos asintieron mientras tomaban sus cafés o engullían
algún sánguche. Eso en la columna del debe.
Pero
en la del haber ocupó de inmediato un lugar destacado los aumentos
del agua y la electricidad. Y la nafta. Y el gas y el transporte que
ya se anuncian. Sueldos que se van a pique, algo por demás notorio
cada vez que llega la hora del supermercado, el alquiler, las
expensas. Después no hubo mucho que discutir.
Alguno
se quejó de la “burocracia”; alguno dijo que el paro lo tienen
que armar ellos, ahí, en la escuela, en las aulas, para que valga
verdaderamente la pena. Otro dijo que peor es la “otra”
burocracia, los sindicalistas que encima llaman a carnerear y la
burocracia estatal que, silenciosa, es la que en definitiva te la
manda a guardar con devaluaciones y paritarias truchas.
El diez pararon todos.
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