(Por Víctor Alonso Rocafort. Colectivo Novecento)- "No es esta la universidad ni el mundo que quiero”. Así describía su desazón una buena amiga docente, Elena Casado, ante lo sucedido estos días en la Universidad Complutense.
53 jóvenes fueron detenidos por un destacamento de antidisturbios fuertemente armados que entraron en el recinto académico bajo autorización del Rector. Estos jóvenes en ningún momento se comportaron de un modo violento con la policía, tampoco con los trabajadores ni con otros estudiantes. Así lo reconocía ayer expresamente el jefe policial al mando del operativo de la Complutense.
Entonces, ¿por qué se los llevaron a los calabozos de Moratalaz? ¿Por qué entró la policía en la Universidad?
Hace apenas una semana estábamos recibiendo a gentes de todos los rincones del país que venían a Madrid caminando para exigir servicios públicos, pan, techo y trabajo; para decir que no al pago de la deuda. Estuve con algunos de estos caminantes el pasado jueves en Las Matas, y nada más llegar me los encontré cantando un viejo himno minero, cogidos de las manos, al terminar una asamblea. En la cena se respiraba el cansancio y la alegría por llegar a Madrid. Observé la diversidad de esta columna, la Noroeste, con jóvenes y mayores, sindicalistas, estudiantes y activistas antidesahucios. Compartían animada charla, pan y lentejas.
Cientos de miles de personas iban a caminar con ellos para entrar a Madrid. La expectativa ante su llegada era creciente. Algunos integrantes de esta columna durmieron esa noche en el edificio ocupado de la Universidad Complutense, el vicerrectorado.
El miércoles 19 de marzo alrededor de 200 estudiantes y un puñado de profesores habíamos entrado en él de manera pacífica, en lo que supone un modo habitual de protesta en la Universidad desde hace tiempo. En los encierros se desarrolla un amplio trabajo político, altamente formativo desde el punto de vista democrático. Los estudiantes aprenden a organizarse, a hablar y escucharse, a disentir respetuosamente, a mediar en los conflictos que puedan surgir. Y mientras, se cuidan, charlan, estudian documentos, pintan carteles.
El incremento de tasas y la reducción en la cuantía de las becas, junto al endurecimiento de las condiciones de acceso, están causando una sangría inaceptable en las aulas. La Complutense había prometido hace casi un año un Fondo de becas de emergencia del que poco se sabe. Mientras 70 altos cargos de la Complutense ganan más que el presidente del Gobierno (78.000 euros al año), el presupuesto sin embargo no puede adaptarse para impedir la expulsión de más alumnos.
El vicerrectorado ocupado es el sitio de tramitación de estas becas, una gestión que precisamente los estudiantes también reclaman agilizar. Escoger este edificio era pues algo muy simbólico.
¿Y por qué nos unimos algunos profesores? El pasado diciembre varios nos encerramos en el rectorado por asuntos relacionados con la precariedad de nuestros contratos. Recordemos que en la Complutense cerca de la mitad de la plantilla somos temporales.
En aquella ocasión logramos muy poco, por no decir nada. Pero los estudiantes estuvieron allí. Y no solo eso, sino que muchos se quedaron a dormir. Cuando tras pasar allá parte del día algunos nos teníamos que ir a casa, resulta que junto a los profesores que aguantaban durmiendo en el hall estaban muchos estudiantes. No era su lucha. O sí.
Y es que la de ellos es la nuestra, y viceversa. Más allá de los intereses particulares conectados de cada colectivo –sin estudiantes somos prescindibles–, hay una preocupación común por lo público que debiera unirnos. Una defensa de la universidad como un espacio de todos, que dignificar, donde se puedan educar las clases populares, donde haya buenas condiciones laborales, donde nos sepamos organizar democráticamente.
e ahí que debamos estar con los estudiantes. Ahora que los criminalizan y persiguen, más que nunca. Es por ello que algunos padres y otros trabajadores estamos firmando esta carta. Porque les debemos muchas, pero fundamentalmente porque su lucha es justa y es también la nuestra. Y es ahí donde se produce la conexión con la gente de las marchas del 22M. En ellas se defendían los servicios públicos, un trabajo digno y la negativa a pagar la deuda. Aspectos todos fundamentales en la defensa de la Universidad pública.
Además de la que se dio en vicerrectorado, aquellas noches previas a las marchas del 22M hubo por todos los puntos cardinales de Madrid acogidas recíprocas, uniones de luchas y de generaciones. Hubo incluso quienes cedieron sus casas para dormir.
Cuando llegó la manifestación del sábado las calles de Madrid bulleron de color, de música y de antiguas banderas de dignidad. Niños y mayores, familias enteras, personas en paro y con trabajo, feministas, estudiantes, inmigrantes, se contagiaban de alegría y de ganas de cambiar las cosas. Esta podía ser la buena. Éramos muchos. No; muchos no, muchísimos. Sin los sindicatos mayoritarios convocando, sin el PSOE, sin la prensa oficial. Con una acampada que empezaba a nacer en Recoletos y ese aire extraño en el ambiente, el de las grandes ocasiones.
Pero entonces, al oír los primeros disparos, al ver a la policía allá a lo lejos persiguiendo por la cuesta que baja de Génova a un grupo de gente a la carrera, comprendimos enseguida que no éramos muchos. Éramos demasiados.
En la Universidad pretenden algo parecido. Que no se hable de asambleas con centenares de personas, como la de la noche antes del desalojo policial. Que no salgan a flote las reivindicaciones, la capacidad de unión de diversas luchas en defensa de lo público.
Pero han errado el tiro. Los estudiantes se han mantenido firmes ante la represión, pero hasta el momento no han ofrecido la más mínima excusa para que los criminalicen. El rector ha tenido que publicar un comunicado donde implícitamente reconoce la ausencia de violencia en el Campus. Entre otros asuntos que habría que dilucidar, se escuda en desperfectos menores y “falta de salubridad” en las instalaciones. Concediéndole que fuera así, lo que es mucho suponer, a sus ojos esto parece justificar el que algo muy parecido al ejército se presente en la Universidad deteniendo gente. Por último, y según manifiestan los estudiantes de manera tajante, no dice la verdad cuando afirma que no han querido negociar.
El resultado ha sido de más de 50 jóvenes detenidos, la mayoría estudiantes, pero también caminantes de las marchas y miembros de la Acampada de Sol desalojada la noche anterior. Será quizá una de las experiencias más amargas de sus vidas. Tendrán que afrontar cargos y veremos si multas. La estampa de los padres pasando frío de madrugada, esperando la salida de sus hijos, aumenta nuestra desazón. Y es que se busca una vez más mediante la extensión del miedo apagar sus justas demandas, tapiar las salidas pacíficas a sus reivindicaciones, ponerlos en la picota mediática como criminales.
Es tarea de toda la sociedad impedir esta estrategia autoritaria. La Universidad es un espacio de encuentro, diálogo y reflexión que debe servir como ejemplo de resolución de conflictos mediante la palabra, no desde la fuerza bruta. Algo así escribí hace un año, cuando los antidisturbios entraron de manera violenta al campus de Somosaguas. Lo repito de nuevo hoy que leo que también están entrando en otras universidades como la Autónoma de Madrid.
El rector José Carrillo debe dimitir. No puede ser que los únicos que dimitan en esta historia sean los representantes de los estudiantes, quienes de manera ejemplar han dejado el Consejo de Gobierno de la Complutense en protesta por la represión. En su momento parece que a Carrillo le votó parte de la izquierda universitaria, y todo indica que sigue contando con la tibieza de los sindicatos mayoritarios. Sin embargo, lo único que están demostrando a cada paso es cómo la izquierda jamás debe comportarse en la gestión de la crisis y en la resolución del conflicto social.
Solo hay una manera de ir quitándose poco a poco la tristeza, y es volver a juntarse de manera pacífica, desobediente. Seguir trabajando sin miedo para que todo esto empiece a cambiar. Hay chicos y chicas que se están jugando todo en ello, hasta su libertad. Y no podemos fallar.
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