En
el contexto del reciente asado-brindis realizado en la ex Escuela Superior de
Mecánica de la Armada, sitio que el gobierno dice que busca "resignificar",
y de la marcha que bajo el lema “No al circo en la ESMA” la Asociación de los
Trabajadores del Estado (ATE) y la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA)
junto a organizaciones de derechos humanos y partidos políticos de la izquierda
realizaron hoy frente al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación,
cobra actualidad el derecho a réplica de Carlos Lordkipanidse -sobreviviente de
ese centro clandestino de detención, tortura y exterminio durante la última
dictadura militar- que el diario Página 12 se negó a publicar en octubre de
2011.
El pasado domingo 9 de
octubre, en las dos páginas centrales del diario Página/12 salen unas notas y subnotas que tienen como título
central "Los chicos de la Esma".
Lo primero que pensé
fue en mi hijo, Rodolfo Lordkipanidse, secuestrado junto a su mamá el 18 de
noviembre de 1978 y llevados ambos a la Escuela Superior de Mecánica de la
Armada (ESMA).
Rodolfo tenía apenas
veinte días de haber nacido y estaba en plena lactancia, cosa que le fue
arrebatada en forma inhumana y salvaje.
Le fue arrebatada la
madre también. Las garras de un torturador, el subprefecto Azic, lo arrancaron
de sus brazos para llevarlo colgado de sus piecitos al cuarto de
interrogatorios contiguo donde estaba yo atado a la cama de torturas.
Allí me prometen
reventarle la cabecita contra la pared o el piso si no les daba los datos por
los que me estaban torturando.
Como me negué, a
instancias del capitán Acosta, lo ponen a Rodolfo encima mío, en el catre
metálico en el que estaba atado, y me empiezan a pasar la picana eléctrica
mientras sonaba a todo volumen "Chiquitita" de Abba, entre los gritos
y aullidos de Astiz, Febres, Federico, Manuel y algunos más que se me olvidan.
Estaban en el éxtasis de salvajismo humano. Estaban torturando a un bebé.
Habían alcanzado el escalón más alto de su propia degradación, pensé.
Me equivocaba, eran
capaces de repetir la brutalidad como ocurrió en 1979 con Evita Basterra y de
enseñarla a otros torturadores novatos para que sea aplicado este método de
interrogación cuando las condiciones lo permitiesen, de ello se encargaría el teniente
Ricardo Cavallo. Recuerdo también que en esa época y mientras esto ocurría,
Cantaniño lavaba cerebros infantiles con la musiquita "Vamos a hacer un
mundo con amor".
Al año siguiente, en
1980, caen a la ESMA el matrimonio Ruiz-Dameri con sus dos pequeños hijos y
ella, Silvia, embarazada.
Recuerdo a los niños
corriendo ese día por entre las salas de tortura del sótano del Casino de
Oficiales de la ESMA, a la que algún perverso bautizó como la "Avenida de
la Felicidad". El varoncito tendría entre dos y tres años y la nena apenas
algo más de uno.
En el mes de
septiembre, Silvia Dameri da a luz una beba en lo que se llamaba la
"Huevera", en ese mismo sótano. Fuimos testigos de ese hecho mis
compañeros Víctor Basterra, Nora Wolfsson y yo.
Supe después que la
niña fue apropiada por Azic y que los hermanitos fueron abandonados por el
médico Capdevilla, uno en una plaza de Rosario y otro en otra plaza de Córdoba.
La madre y el padre
fueron arrojados vivos al mar.
Mientras, en esa época,
en la televisión Carlitos Balá nos recordaba a todos “que el gusto que tiene la
sal, es salado”.
Cuando empecé a leer el
artículo que comentaba al principio, "Los chicos de la ESMA", pensé
que se trataría de una nota que me volvería a pasar todas esas imágenes frente
a mis ojos.
Pero no, se trata de
que ahora hay unas actividades en la ESMA para "niños de la sala de cinco
del jardín Nº 924", en las que el Payaso Cacatúa los "mata de la
risa".
Carlos
Lordkipanidse. Sobreviviente de la ESMA
Viernes
21 de octubre de 2011
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