A él le
interesaba el artículo siguiente, pero puesto que en el fondo sólo se trata de
hacer tiempo hasta que le toque entrar a clase, se detuvo ante el fluorescente
cuadro estadístico de las páginas anteriores. Allí, en la columna del costado, se
informa que “hay una prestigiosa nueva clase media latinoamericana que en su
mayoría es urbana y posee todos los atributos de tranquilidad frente a los
vaivenes y barquinazos de las economías nacionales”. Tal la conclusión.
La
selección de párrafos del documento elaborado por el Banco Mundial para América
Latina anuncia que han cambiado las categorías para medir la pobreza, según lee
como puede en la borrosa fotocopia que le pasó el colega de Historia. Acerca de
la metodología empleada el escrito afirma que para las mediciones “se propone
una nueva definición de la clase media basada en la seguridad económica, que se
aplica a la mayoría de países de la región”.
Los
percentiles del nivel de ingreso, o la obtención de una vivienda adecuada con
la posibilidad de acceder a servicios esenciales sirven como referencia, pero
lo principal es la clasificación de la población en función de un nuevo y
ambiguo concepto: la seguridad económica, que vendría a ser algo así como el
sentimiento que se tiene de que es baja la probabilidad de volver a caer en la
pobreza.
Se ríe,
guarda el escrito arrugado en la carpeta negra porque ya se va haciendo la hora,
mientras hurga en su corazón para saber cuán seguro económicamente se siente
hoy en día. El ensayo siguiente, el que leerá hoy por la noche, sostiene que el
supuesto ascenso social, la moda de los muchos que han “subido” a la clase
media, se explica y restringe por el crédito
que facilitan las tarjetas de crédito y débito, que a través de un
endeudamiento masivo permiten las ensoñaciones del consumo, pero por un ratito
nomás.
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