El pronóstico y el paisaje consecuente se dibujan fácil en la imaginación. Si las clases arrancan en cinco días y todavía hay obras en construcción en cincuenta escuelas y colegios porteños, ¿cómo será el dictado de clases entre el ruido de las mezcladoras, los pasos apurados de los borregos con suelas enchastradas de cemento sobre los tablones, aulas clausuradas, baños que sirven de improvisados depósitos para bolsas de cal y arena, y una gigantesca e indetenible nube de polvo que se irá extiendo y mezclando con la tiza que el borrador arranca de los pizarrones y deja flotando en el aire que tiembla?
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