(Por Eduardo López y
Mariano Denegris, secretario general y de prensa de la Unión de los
Trabajadores de la Educación, UTE-CTERA)- El Ministro de Educación y Deportes
parece jugar una carrera contra sí mismo en la búsqueda de metáforas
provocadoras y desafortunadas. A la reciente comparación de su proyecto
educativo con la campaña al desierto del Siglo XIX, sumó hoy una nueva figura comparando
dos modelos educativos posibles: uno demodé, representado por “un Falcon de los
´70, excelente para su época” y otro,
aggiornado y moderno, el de la nave espacial, para el cuál, siempre siguiendo
la retórica del ministro “los docentes tienen que dejar de ser mecánicos del
Falcon y transformarse en astronautas”. ¿Puede la máxima autoridad educativa
argentina ignorar la connotación del modelo de auto elegido para su analogía en
relación a la última dictadura militar? ¿Habla sin darse cuenta del Falcon de
los ‘70 que “ya no cubre aquellas expectativas” al igual que habló sin querer
de la campaña del desierto educativa? ¿No sabe que el vehículo utilizado por
los grupos de tareas en la última dictadura cívico-militar para cometer los
crímenes de lesa humanidad más aberrantes de nuestra historia se convirtió en
un símbolo del terrorismo de estado? Parece difícil. Resulta más verosímil,
pero también más escalofriante, otra posibilidad. Lo sabe bien. Pero la crudeza
de la metáfora debe ser lo suficientemente provocadora como para opacar lo que
viene junto a ella: el proyecto educativo de Macri, Bullrich y el grupo de
empresas que gobierna el país.
Más allá de que la
alegoría de la nave espacial lo pone bastante lejos del futuro y muy cerca en
cambio de aquel presidente que prometía el viaje a Corea y Japón en hora y
media vía remontarse a la estratósfera,
lo grave es para qué quiere el Ministro
pegar el supuesto salto. El objetivo único de la educación, lo explicita sin
ambigüedad, es formar el “capital humano” o preparar los “recursos humanos” que
necesitan las empresas. Una confesión y dos trampas tiene este razonamiento.
Confiesa que en su visión del mundo los seres humanos, a excepción de los
empresarios claro, somos recursos,
variables en las cuentas empresarias. Ni siquiera nos otorga la condición de
trabajadores y la creatividad humana a través del trabajo. No. Capital humano.
Una de las trampas de
la mirada neoliberal de la educación ya la sufrimos en los años ’90. Por eso la
cercanía con aquel período no es sólo metafórica. Se trata de responsabilizar a
los trabajadores y a su bajo nivel de educación de la falta de empleo. Basados
en la desmentida teoría de que toda oferta encuentra su demanda, han
culpabilizado durante años a quienes eran las víctimas de decisiones económicas
que destruían sistemáticamente puestos de trabajo. Argentina llegó al 24 por
ciento de desempleo aunque los índices educativos de la población superaban a
la inmensa mayoría de los países de la región. Lo mismo se evidencia en el caso
español donde la generación con más desocupados de su historia es al mismo
tiempo la más calificada según estándares educativos. El discurso de Bullrich
busca, con una anticipación que mete miedo, adelantarse con idénticos justificativos a las consecuencias
de una política económica que en ocho meses destruyó medio millón de empleos.
La otra trampa del
argumento neoliberal está en reemplazar la sociedad por el mercado. Así, las demandas educativas no están fijadas por
las necesidades sociales, en salud, vivienda, innovación para el desarrollo,
trabajo, entre otras, canalizadas por un
sistema democrático en el que el pueblo además de la participación
directa, pone periódicamente la
soberanía de las decisiones en sus representantes políticos. No. Según esta
segunda trampa, las necesidades educativas son fijadas por “casi 900 empresas”
a los que el gobierno les preguntó “qué esperaban de nuestros recursos
humanos”. Puño y letra del ministro Bullrich Ocampo. Tras cartón, propone que
la calidad educativa dependa de traer inversión extranjera lo cual va en contra de la Ley Nacional de
Educación que protege la soberanía educativa de los tratados de libre comercio.
La soberanía no es una frase de ocasión para los docentes. Resignarla implica
la tercerización de la responsabilidad educativa. Esta se juega hoy en el
ingreso masivo de ONGs, que encubren al capital privado, dentro del sistema
educativo público. Cuando Monsanto y Coca-Cola elaboran los programas de
“alimentación saludable” de nuestras escuelas, el Grupo Pearson, dueño de
medios y editoriales, se hace cargo de la evaluación, y Microsoft reemplaza el
diseño soberano de nuestro software no ganamos en inversión extranjera,
perdemos soberanía pedagógica.
Por otra parte, para
llegar a esas conclusiones que nos
presentan a los docentes como atrasados mecánicos de automotores antiguos,
deben hacerse los distraídos con los datos más evidentes. El Informe Bloomberg
2016 sobre índice de innovación indica que Argentina está en el puesto 49 sobre
200 países y es el único de Latinoamérica entre los primeros 50 lugares.
Nuestra ciencia y técnica, con inversión estatal, logró poner un satélite en el
espacio pero para Esteban Bullrich la disyuntiva está entre el Falcón y la
Guerra de las Galaxias. El avance en innovación científico-tecnológica debe
hacerse con inversión pública y soberanía en las decisiones, de lo contrario se
corre el riesgo de comprar, una vez más,
espejitos de colores.
La fascinación naif y
acrítica por los astronautas es acompañada por una simétrica fascinación por lo
que viene de afuera. Bullrich informa que
“Estamos enviando a las escuelas más innovadoras de Estados Unidos a 500
directores de escuelas a través de las becas Fulbright”. No vendría mal incluir
como bibliografía de formación docente algunos escritos de David Brooks como por ejemplo “Estados Unidos: La guerra
contra la Educación Pública” para ver en qué consiste esa innovación.
Como ministro de la
rica Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Esteban Bullrich dejó el saldo de 11.000
niños y niñas sin vacantes y una reducción del 33 por ciento del presupuesto
educativo. Desde que Cambiemos asumió el gobierno nacional las escuelas lejos
de convertirse en plataformas de lanzamiento interestelares han visto como su
centralidad paulatinamente deja de ser el conocimiento para ubicarse en el
comedor centralidad. Nuestro desafío como sociedad, es trabajar juntos desde el
Ministro hasta las familias, con los estudiantes y docentes para que el centro
de la escuela sea el conocimiento y no el comedor escolar. Es la única forma de
que el futuro no sea algo a lo que debamos amoldarnos sino nuestra propia
creación como sujetos sociales.
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