(Por: Khavheni Shope.
Resumen Latinoamericano, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, viernes 21 de octubre
de 2016)- Unas de las leyes más retrogradas fue el sistema educativo llamado
Bantu, el cual se esforzó en atrofiar el desarrollo de la persona africana,
asegurando que estuvieran bajo el control del hombre blanco.
Escribir sobre el
sistema educativo en Sudáfrica necesitaría un análisis más profuso que el que
acá presentamos, pues para comprender la situación de los estudiantes es
necesario verla como la continuación de una historia traumática. Para abordar
los obstáculos evidentes en las instituciones académicas en unificar la
dualidad de una educación que tiende a determinar su calidad y duración en
función del estado socioeconómico, la cual es frecuentemente inextricable del
color. Esto se traduce en una pequeña porción de la población es la que recibe
los conocimientos que les permitirían acceder empleos en altos rangos, y la
situación se agrava con el hecho de que la interconexión profesional en estos
espacios empiezan al dentro de las salas de clase de las escuelas privadas o
los campus universitarios, a los cuales el acceso ha demostrado ser más
selectivo que inclusivo.
Además, esta división
también existe entre aquellos que tienen el privilegio financiero para asistir
a las escuelas privadas pero están todavía sometidos a un ambiente pedagógico
atrincherado en una experiencia patriarcal y de supremacía blanca que pretende
marginar la experiencia de los estudiantes negros. Ya sea debido a una falta de
representación o a la dificultad de relacionarse con los profesores, la manera
altiva en que a los estudiantes se les indica cómo llevar su cabello, el
sistema epistemológico eurocentrista que construye su marco curricular, o cómo
se les desaliente a hablar las lenguas africanas; y sucede lo mismo cuando los
estudiantes negros vienen de una posición socioeconómica privilegiada, ellos
están sometidos a sentirse como que no pertenecen, lo que es irónico pues esta
es su tierra ancestral.
Estos asuntos son
algunos de los problemas que avivaron movimientos como #RhodesMustFall,
#FeesMustFall y #StopRacismAtPretoriaGirlsHigh, que han llamado atención sobre
el apuro de numerosos jóvenes a nivel nacional. Por lo tanto, para rastrear la
fuente de la crisis de la educación debemos revisar las leyes implementadas
bajo el régimen del apartheid que aseguró que la población negra se quedara en
constante esclavitud por la parte de los blancos.
Ya con esta
introducción, nos enfocaremos en el vínculo existente entre la calidad de la
enseñanza primaria y secundaria, y la asistencia y el rendimiento académico en
la educación universitaria, así como la discordancia entre el costo de las
universidades públicas y el sueldo promedio del sudafricano común.
Unas de las leyes más
retrógradas fue el sistema educativo llamado Bantu, el cual se esforzó en
atrofiar el desarrollo de la persona africana, asegurando que estuvieran bajo
el control del hombre blanco. Denigró la historia, cultura e identidad africana
tanto como impuso los estereotipos raciales y mitos. Lamentablemente, a más de
dos décadas después de 1994 muchas instituciones educativas sudafricanas están
bajo la sombra del antiguo régimen, donde las personas de estratos sociales
desfavorecidos ven sus esfuerzos truncados al intentar romper el ciclo de
pobreza, en un sistema que no les concede las mismas oportunidades que sus
homólogos más pudientes, lo cual contribuye al alto nivel de desigualdad social
en el país.
Según el artículo
“South Africa’s Education Crisis: The Quality of Education from 1994-2011”
escrito por Nic Spaull, hay una correlación directa entre la calidad, duración
y tipo de educación y perspectivas del mercado laboral: “el bajo rendimiento
refuerza la desigualdad social y resulta en que los niños heredan la posición
social de sus padres a pesar de su motivación o habilidad”. Esta afirmación
muestra la falsedad de la percepción común equivocada que el apartheid terminó
y que aquellos que viven todavía en la pobreza es porque son ‘perezosos’. El
artículo señala que en 2014, entre el 70% y el 80 % de alumnos recibieron
educación primera y secundaria de baja calidad con una alta tasa de deserción
escolar, de estos 35% estaban desempleados, 18% tuvieron trabajos poco
calificados y 32% en empleos subcalificados, como dependientes o personal de
tiendas. La minoría, entre el 20 y el 25% con altas posiciones socioeconómicas,
recibieron educación de alta calidad y asistieron a instituciones de enseñanza
superior donde lograron obtener una licenciatura, en consecuencia, alcanzaron
trabajos e ingresos de alta productividad, apenas un 15% de la población total
llegue a este nivel de privilegio.
Además, Spaull nota que
a partir del tercer año de la primaria, el 60% de los estudiantes de las
escuelas más pobres tienen un retraso de tres años respecto a sus homólogos en
escuelas de mayor calidad, donde solo pueden asistir estudiantes de familias
adineradas. Esto implica que para los estudiantes de las escuelas más pobres,
mientras avanzan más en sus estudios, más se retrasan y hay mayores
posibilidades de que abandonen sus estudios. Para ilustrar este asunto, debe
tomarse en cuenta que hay aproximadamente 1 millón de alumnos en cada año hasta
el noveno, cuando la cantidad empieza a caer radicalmente.
En 2014, de un conjunto
total de 1.085.570 estudiantes, 532 860 estudiantes tomaron los exámenes
finales del bachillerato, de los cuales 403.874 lo aprobaron. El cálculo de la
tasa de aprobados, surge de la división del número de estudiantes que aprobaron
por el número de estudiantes que tomaron la prueba, multiplicado por 100, lo
que era calculado como: 403.874/532.869*100= 75.8%. Sin embargo, una cifra
realista habría sido dividir 403.874 entre la cantidad total de estudiantes que
potencialmente podía tomar los exámenes finales, es decir, 1.085.570; por
tanto, la tasa de aprobados real de este año fue 37.2%. El 62.8% de jóvenes que
debieron culminar exitosamente su bachillerato no lo hicieron, no tuvieron la oportunidad
inscribirse en las universidades.
Una alternativa para
estos estudiantes es la Enseñanza y Formación Técnica y Profesional (TVET por
sus siglas en inglés), que ofrece formación técnica en un campo específico y
que los prepararía para un empleo. El requisito mínimo es que los estudiantes
hayan cumplido su noveno año de la escuela secundaria y que tengan 16 años o
más. Al mismo tiempo, la falla crucial de esta forma de educación superior es
que produce capital humano muy especializado, y que por tanto, puede estancar
su movilidad profesional y permitirles menos oportunidades que aquellos
conocimientos obtenidos en la universidad. Lo que significará que estos jóvenes
no podrán diversificar sus experiencias profesionales de igual forma que sus
homólogos en otras instituciones. Otra de las aristas de este tema que destaca
el estudio “A Skills beyond school Review of South Africa” (Simon et al.,2014),
es que los institutos del TVET tienen una capacidad limitada, además del hecho
de que pueda existir una disparidad en la herramientas enseñadas y aquellas que
se requieren en el mercado laboral, lo que hace que los empleadores se resistan
a interactuar con el sector educativo y por tanto, hace aún más difícil que
estos jóvenes encuentren empleos rentables que les facilite a ellos y a sus
familias mejorar sus condiciones de vida.
Además de los problemas
que enfrenta la calidad de la educación básica, otro que prevalece es el del
financiamiento. En 2015, el primer año de matrícula universitaria oscilaba
entre los $2.035 USD y los $4.000 USD, dependiendo de las carrera a estudiar y
de la institución elegida, sin incluir los gastos de vivienda y manutención.
Hay que tomar en cuenta que estos gastos son apenas para el primer año de
estudios, este gasto deberá hacerse los próximos 2 o 3 años, además deberán
pagar el incremento anual y los gastos extras. Si la matrícula tiene ese costo,
a la vez que el promedio del salario mensual para el 60% de los trabajadores de
acuerdo con los datos del Sindicato Sudafricano de Trabajadores era de unos
$361 USD en 2014, cómo es que esta mayoría de la población sudafricana va a
poder acceder a la educación superior, no solo a inscribirlos en el primer año,
sino a asegurar que se gradúen.
La educación es un
proceso acumulativo que inicia con una fundación sólida que permite construir
las competencias y acumular la experiencia necesaria para la vida profesional y
en general para el crecimiento social. Es responsabilidad del gobierno y de las
distintas autoridades educativas el reforzamiento de las instituciones de
educación primaria y secundaria, para ofrecer a todos los educandos la misma
oportunidad de desarrollar sus estudios. Otro enfoque es el incremento al
acceso a instituciones terciarias, lo que las hace un derecho no un privilegio.
Mientras más estudiantes africanos negros sean exitosos en la vida académica,
se hará más diverso este ambiente y se generará un conocimiento más
representativo.
Una sociedad bien
educada es más productiva y por tanto tendrá mejores capacidades para competir
en el mundo globalizado. Es crucial asegurar que la educación en el país
ofrezca las mismas oportunidades para todos aquellos que quieren formarse, sin
importar su raza o cuánto tienen en sus cuentas bancarias.
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