Cruza
zumbando la plaza porque se le hace tarde y de pronto debe detenerse
de mala gana cuando un muchacho se le para adelante. Lo mira un par
de veces como diciéndole “por qué no te corrés”, justo cuando
advierte que el joven extiende la mano para alcanzarle un volante. Lo
toma apurado y sigue su marcha mientras hace un bollo con el papel y
se lo mete en el bolsillo.
Una
vez en el colectivo rumbo a Villa Adelina y dispuesto a no
impacientarse por la hora larga que tiene por delante, nota el bulto
en el costado de la campera, saca entonces la pelota irregular y la
desarruga.
Resplandece
en el centro del impreso el rostro de Daniel Scioli, enmarcado por
una mezcla de naranjas, celestes y blancos. Después hay unas cuantas
leyendas y unos párrafos estratégicamente escritos y dispuestos
para no decir mucho y cansar poco.
Se
trata de una carilla impresa en sus dos caras con un impecable uso de
los cuatro colores. Durante un tiempo él trabajó en una gráfica, y
si bien no es un experto en el tema, le basta sopesar lo que tiene
entre manos y multiplicarlo por algunos miles para que la cifra
resultante asome grande y asombrosa.
Y
es entonces que se llena de bronca. A él, un papá a quien esta
semana le acaban de acercar las notas de su hijo no a través del
clásico boletín, sino en una hoja pedorra acompañada por otra nota
donde la directora casi con vergüenza pide disculpas porque todavía
no le han llegado los tradicionales rectángulos de cartón, y por lo
tanto ha optado por distribuir estas hojas provisorias, justo a él,
de pronto, se le ilumina el pensamiento. Tiene entre sus dedos la
prueba misma de por qué urgencia los boletines de siempre deberán
esperar su turno por unos meses más.
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