Llegó la hora del
trayecto dedicado a la economía. Son un par de semanas antes del
receso invernal y demasiadas problemáticas a considerar, sobre todo
porque, según ha prometido a los alumnos y a sí mismo, no se va a
perder conceptual y ordenadamente en los vaivenes de una u otra
corriente histórica y teórica, sino que van a trabajar el ahora y
el aquí, todo lo desprolijo que sea necesario. O sea que el intento es el de revivir eso que con flema a
primera vista aburrida se dispersa por la superficie de los
suplementos económicos de los diarios y, con un poco más de
aderezo, en los análisis que los especialistas desparraman por radio
y televisión.
El punto de partida,
porque así de evidente lo impuso la actualidad, es la retracción de
China que ha venido corriéndose de los spots del triunfalismo económico y no
sólo por el estallido espectacular de su burbuja bursátil. Al
parecer los bueyes orientales ya no tirarán de la carreta del crecimiento global, en primerísimo lugar porque el efecto de su
traspié es una extendida caída de los precios de los alimentos.
Ahora bien, lo difícil de explicar llega a continuación y como efecto. Lo que
debería ser una buena noticia para buena parte del mundo -que la
comida que diaramente se manda al estómago sea más barata- supone
que se irá a pique el ingreso de los productores de materias primas, una pésima buena nueva para esos mismos.
Si se quiere sacar una suerte de moraleja, se trata de concluir que
mientras las economías de Asia crecían por la exportación de
manufacturas, otras muchas se “primarizaban” para aprovechar la
insaciable demanda china. Esa hecho decisivo explica los avatares de
la Argentina en lo que va de este siglo veintiuno.
Habrá que remarla,
porque lo cierto es que los estudiantes se prenden, la discusión va
a ser fascinante y las consecuencias, de ahora en más, insospechadas.
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