Decir
que en las escuelas de la provincia de Buenos Aires volvió a estallar la bronca
-piensa recordando lo que ayer leyó en el diario- es equivocado. En realidad,
el enojo siempre ha estado allí, como un magma que bulle y está pronto
a derramar, aunque a veces no se note tanto. Las causas son, en este caso, por demás
evidentes: sueldos adeudados, incumplimiento en el pago en tiempo y forma de
los haberes de marzo y abril, falta de cobro de altas de suplencias y
provisionalidades, descuentos indebidos, una obra social en ruinas.
Para
cualquiera que haya estado atento no es una realidad nueva, todo lo contrario.
Es el panorama que vienen denunciando desde distintas seccionales hace años. Lo
que ocurre es que a tal situación se le suma la indignación que brotó y
rebalsó las distintas asambleas de escuelas ante el escaso aumento que cobraron
después de la huelga larga de los diecisiete días y el acuerdo salarial
celebrado con la gobernación.
Toparse
con los recibos de sueldo fue como una descarga eléctrica en los cuerpos de los
maestros, y precipitó la larga fila de
rostros enrojecidos que ahora marcha por las calles de La Plata; miles de
docentes con las manos apretadas, dispuestos a empezar la pelea otra vez.
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