“Los siete años que
pasé en esta escuela, contando la clase preparatoria, no dejaron de tener sus
alegrías. Pero evidentemente las alegrías fueron menos numerosas que las penas.
En resumidas cuentas, mis recuerdos escolares no fueron totalmente oscuros sino
que estuvieron coloreados de gris. Independientemente de todos los incidentes,
tristes o alegres, se sentía un régimen de fría indiferencia, de formalismo
administrativo. Creo que no hay un solo profesor del que pueda acordarme con
verdadero afecto.
Y sin embargo nuestra
escuela no era de las peores. Algo aprendí; me dio conocimientos elementales,
el hábito de un trabajo metódico y de la disciplina fuera de la casa. Necesite
de todo esto más adelante. Por otra parte la escuela, contrariamente al
objetivo que se le asignaba, puso en mí la semilla del odio con respecto a lo
que existe en el mundo. Esta semilla, en todo caso, no cayó en un suelo
pedregoso.”
(León Trotsky, Mi vida. Intento autobiográfico, Buenos
Aires, CEIP/Instituto de Derecho al Asilo. Museo Casa de León Trotsky, 2012,
pág. 121)
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