La película es un
clásico inoxidable, se llama La vida es un tango, la guionó y dirigió
Manuel Romero en 1939.
En una de sus escenas primeras,
mientras el personaje que encarna Florencio Parravicini desnuda a balazos a
Sabina Olmos sobre el escenario y Tito Lusiardo comanda la orquesta desde el
piano y se baja un gran vaso de cerveza para acompañar cada compás tanguero, en
ese mismo momento, en un costado del boliche ocurre el siguiente diálogo.
Una camarera se queja y
dice, al tiempo que toma el pedido del parroquiano recién llegado:
-Encima ahora al tango le ponen letra. ¡El tango es para bailar!
-¡No! –le contesta enfático el hombre (Hugo del Carril) desde la
mesa-. El tango es para ser cantado.
Una época del arte
popular argentino se define en ese pequeño cruce de palabras.
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