Ocurre como en un sueño, como cuando se mira el televisor hasta que la pantalla se vuelve roja, casi de plata, y los ojos se vacían en blanco. El recuerdo, entonces, se retuerce en formas de contornos negros, trazos que desdibujan rostros y movimientos; una moto gris que se pierde en la velocidad del camino y termina contra el horizonte transfigurada en cardos amarillentos.
El viajero que se levanta del suelo, lento, lleva puesto un casco y cuando logra alzar del todo el cuerpo es posible percibir que desde el fondo del vidrio oscuro no emerge la cabeza del hombre sino una virgen de Luján de plástico con los brazos abiertos por un arrebato del viento que la ata y la alza hacia un cielo que no existe. Y en el vacío oscuro la santa queda flotando, y se enciende y apaga como cuando, en la vigilia o en el sueño, se juega con la perilla del velador.
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