Primero
piensa que deben haber sido esos jóvenes concentrados frente al ministerio de
Educación porteño. Se los topó ayer, de casualidad reconoció a un par que fueron
sus alumnos; le pasaron un volante y charlaron un rato. Pero quizás no. Tal vez
la causa fue la sobredosis del noticiero televisivo de anoche lo que lo puso
del peor humor mientras cenaba. Así que hoy entró en la clase y sin que mediara
palabra o explicación se lanzó a leer el recorte y repasar los cuadros que
acompañan el informe.
Sus
alumnos al principio se muestran sorprendidos, acostumbrados a introducciones y
protocolos no entienden muy bien en razón de qué lee lo que está leyendo. Pero
de a poco le van encontrando sentido y gusto, y siguen lo que cuenta cada vez
con mayor atención.
La
tesis es sencilla. Los que gobiernan y los que se postulan para hacerlo no se cansan de repetir
cuánto les interesa la educación, pero los números duros de los presupuestos y
el estado real de colegios y universidades demuestran más bien todo lo
contrario.
En
fin, dice al final, como quien firma después de cerrar el teorema, la verdad es
que ya estoy podrido de escuchar tanto discurso que lloriquea intenciones y no
soporta realidades. Y como pensé que a ustedes podían compartir el hartazgo,
nada, se me ocurrió que valía la pena traerles unos pocos ejemplos claros.
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