(Por Micaela Urdínez. La Nación, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, lunes 30 de julio de 2018)- Angie Cheuquellán tiene siete años y vive en una casa precaria en Laguna Blanca, un paraje en la línea sur de Río Negro. Se abriga con una campera para salir de su casa rumbo a la letrina, a 10 metros. Se pone la capucha, se abraza para protegerse del viento y los cachetes se le inyectan de rojo por los -5° que hacen. Ésa, caminar sobre la nieve, es su única opción para ir al baño en invierno.
Ella encarna lo que casi ocho millones de chicos argentinos enfrentan cada día: una infancia pobre. Pobre de recursos económicos, pobre de acceso a servicios básicos. Y pobre de oportunidades.
Según el último informe del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, el 62,5% de los menores de hasta 17 años tiene alguno de sus derechos vulnerados. La cifra es de 2017 y representa un alza de 2% respecto de 2016, alcanzando el nivel más alto desde 2013.
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