Ni bien el ómnibus arranca se da cuenta de que olvidó poner los apuntes y libros en la mochila. Mueve entonces, sonriendo, su mano, arriba y abajo, para despedirse de sus viejos que quedan abajo, en el andén de la terminal de Retiro. Ellos la saludan con una sonrisa esperanzada y ella no pueda dejar de sentirse culpable. .
El arreglo familiar, bien formal esta vez y firmado con la salsa de los ravioles del domingo de dos semanas atrás, fue que le permitían ir en la vacaciones de invierno a lo de su tío en la ciudad de Córdoba si ella se comprometía a dedicarle buena parte del tiempo de paseo y disfrute a preparar las dos materias que le quedaron previas.
De más está decir que aceptó corriendo. Total, acá o allá iba a tener que estudiar igual, y cuánto mejor hacerlo boludeando con sus primos entre las sierras. L dieron la plata para los pasajes y unos mangos más como para que pueda moverse pero sin exagerar.
Ahora marcha, pues, así, mortificada, hacia el sol de la mediterránea provincia argentina. Está convenida de que a la vuelta de todas maneras puede dedicarle todavía un buen tiempo a Física y Matemáticas para zafar en los exámenes. Lo que más la embola es saber de antemano que va a tener que pasarse todas las siestas fingiendo, moviendo papeles sobre alguna mesa y actuando el estudio, porque de sobra sabe que los parientes ya deben saber de memoria los términos del recientemente convenido negocio familiar.
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